miércoles, 27 de enero de 2016

La ética del humor y los dilemas de la risa


Ante al fenómeno de la risa no todos reaccionamos de la misma manera. La decisión sobre lo que es risible y lo que es no risible, por ejemplo, nos pone en guardia frente a varios dilemas: ¿Podemos reírnos de todo? ¿Cuándo debemos reírnos y cuándo no? ¿En qué situaciones la risa es inapropiada? ¿Cuándo el humor es destructivo? ¿Cuándo la carcajada es una «salida en falso»?

Al intentar responder estas preguntas, nos hallamos ante uno de los aspectos más controversiales del tema: la ética de la risa. Sobre todo porque en algunas de sus manifestaciones, la risa se impregna con lo oscuro y lo bajo del ser humano, con sus actitudes y creencias maliciosas. Entramos en el territorio de una ética negativa de la risa, desde cuya perspectiva se ponen en tela de juicio los chistes racistas y sexistas, la burla, el sarcasmo, las bromas pesadas, el matoneo y todo aquello que contempla la función agresiva de la risa.

Según una certera declaración de Aristóteles, la risa tiene que ver con lo feo del hombre, siempre y cuando esa fealdad no produzca dolor. Y es en ese umbral entre lo feo tolerable y lo feo detestable en el que inadvertidamente la diversión se convierte en agresión directa, y donde se instalan las objeciones morales más frecuentes contra el humor. Se dice de él que promueve los aspectos detestables de una persona como el engaño, la insensibilidad, la irresponsabilidad, el hedonismo, la lascivia, la hostilidad, el irrespeto, la anarquía y la tontería.

Uno de los investigadores que ha intentado responder estos interrogantes es el filósofo norteamericano John Morreall, quien empezó a interesarse en el tema de la risa desde sus años de colegial. En una de sus obras, Comic Relief, abordó ese aspecto tan poco estudiado del humor que es la dimensión ética de la risa. Y los resultados de su indagación lo llevaron a conclusiones inesperadas. Encontró, por ejemplo, que en colectivo la gente no se ríe de los grupos humanos que desprecia, como usualmente se cree, sino de grupos al margen de su cultura, y, a veces, de ellos mismos. Cuando un grupo odia a otro -dice Morreall-, lo manifiesta por medios directos y no necesariamente por la burla. La risa en tales casos es más bien expresión de una función defensiva y no de una función agresiva.

Estos y otros hallazgos llevaron a Morreall a identificarse con el pensamiento de Henri Bergson, para quien, contrariamente a lo que muchos piensan, la risa es incompatible con la emoción y no la expresión de una emoción en sí misma. Apoyado también en las ideas de Tomas de Aquino y Aristóteles -quienes consideraban que bajo las circunstancias adecuadas el sentido del humor es una virtud deseable-, nuestro autor propone en oposición a la ética negativa del humor, una ética de la desconexión emocional como la característica más importante de la risa.

De acuerdo con la argumentación del filósofo, el proceso mental que acompaña la risa tiene como una de sus consecuencias el bloqueo de las emociones negativas que suprimen la creatividad y el pensamiento crítico. Desde el punto de vista psicológico, el humor es una forma de apreciar los cambios cognitivos; estar de buen humor es estar, con la mente abierta, atentos a las ideas nuevas (el pensamiento divergente de De Bono) y a crear conexiones inesperadas entre las cosas (el proceso de bisociación de Arthur Koestler).

El sentido del humor tendría también consecuencias biológicas, pues está relacionado con la supervivencia de la especie humana. Apoyándose en el juicio de los antropólogos que también han estudiado el fenómeno de la risa, Morreall sugiere que la evolución del humor se debió en parte a la necesidad de prepararse los humanos para las experiencias novedosas y sorprendentes. La habilidad para identificar lo sorpresivo e inesperado nos hace flexibles para encajar en nuevos ambientes.

Para Morreall, el sentido del humor también fomenta un sentido crítico que es sano y provechoso para la sociedad en su conjunto: la risa descubre las incongruencias del mundo y de la sociedad, desvela las apariencias, el engaño y la hipocresía, y desalienta la tendencia a seguir incondicionalmente a un líder, actitud que fomenta la pasividad y el gregarismo.

La ética de la desconexión emocional también tiene sus consecuencias en el trato con los demás, es decir, en lo social interpersonal: Ponerse a distancia de las cosas y las situaciones es entender por qué las otras personas actúan como lo hacen. De modo que, al mirarnos objetivamente, el humor fomenta en nosotros la paciencia y la tolerancia con respecto a las debilidades de los demás.


El humor puede adquirir incluso un significado religioso al considerar la trascendencia que hay en la desconexión emocional, y esto tiene que ver con la autoirrisión: la capacidad de reírse de sí mismo. El que piensa solo en términos de aquí, yo, ahora -sostiene Morreall- podría ser considerado infantil, egoísta o sicópata. La ética de la desconexión emocional nos lleva a la orilla opuesta del egoísmo, hacia un auto-desprendimiento que actúa como mecanismo de enfrentamiento ante los embates de la cruda realidad.


Como lo expresó Baruch Spinoza: «La emoción que constituye sufrimiento, deja de serlo tan pronto como nos formamos una idea clara y precisa del mismo». Y es aquí donde una ética positiva de la risa, la de la desconexión emocional, convierte el sentido del humor en una de las herramientas más poderosas para afirmarnos en la vida.