miércoles, 28 de enero de 2015

La fórmula matemática del humor



El ingeniero ruso Igor Krichtafovitch ha dedicado gran parte de su vida a estudiar el humor. Movido por el deseo de responder a la eterna pregunta ¿por qué reímos?, ha leído a todos los autores publicados, desde los filósofos griegos hasta los neurobiólogos pragmáticos del siglo XXI. Sopesó las teorías convincentes y las descabelladas e indagó sobre las repercusiones de la risa en todos los ámbitos posibles de la actividad humana. Como resultado de su extensa investigación publicó en 2005 su ineludible y sugestiva monografía «Humor Theory», disponible en Internet en formato digital.

Sin embargo, lo insólito del trabajo de Krichtafovitch no es precisamente el haber abordado el problema del por qué de la risa por la vía de la reflexión humanista, si no el haber resuelto el enigma, si es que de verdad lo logró, por la ruta de la simulación matemática de la conducta humana.

Su modelo matemático para medir la eficacia de un chiste (EH) toma como variables relevantes el grado de interés del auditorio con respecto al tema del chiste (empatía del público, EP), la complejidad del chiste (C), el tiempo necesario para entenderlo (T) y el estado anímico de la audiencia (A), y conduce a la fórmula:

EH =EP x C/T+A

Para verificar la validez de su teoría matemática del humor, Krichtafovitch se dedicó a medir estos parámetros en diferentes auditorios (niños, adultos, mujeres, hombres), temáticas (política, sexo, racismo), tipo de chiste (negro, blanco, verde) e incluso los temperamentos nacionales.

Como si fuera poco, estudió la complejidad el chiste en sus diferentes aspectos lingüísticos y cognitivos. Respaldó su argumentación con una larga lista de conceptos relacionados con la forma verbal y expresiva del chiste: absurdo, ambigüedad, factor sorpresa, juegos de palabras, alegoría, contraste, simplicidad aparente, exageración, similitud, contradicción, expectación frustrada, evasivas, ironía, metáfora, burla, cuentos chinos, refranes y malentendidos (literalidad y polisemia).

A la evasiva pregunta del ¿por qué reímos?, Krichtafovitch responde después de estos vericuetos intelectuales confirmando lo que otros autores habían sostenido: porque el humor tiene como principal objetivo la supervivencia biológica y social del individuo. Porque el hecho de ser habilidoso para las bromas o ingenioso para contar chistes, y desde luego para entenderlos, es señal de superioridad mental e inteligencia. Habilidades ventajosas para el éxito social e, incluso, biológico, pues en el fondo todo deberá medirse con el rasero de la supervivencia.

En esto coincide con los etólogos, para quienes la risa es uno de los recursos favoritos de los seres humanos para expresar su conducta social. Equivalente a un ritual de cortejo, la risa y sus manifestaciones sociales (chiste, broma, sátira, chanza) son parte del mismo repertorio de actos predilectos para mantenerse vivo y «vigente» en el grupo. Tener un buen sentido del humor es tan importante como sacar 10 en matemáticas o lograr una conquista amorosa.

De modo que Igor Krichtafovitch descubrió la fórmula de la risa, pero al final resultó que el humor es parte de una estrategia evolutiva. Detrás de cualquier chiste, en el encuentro casual entre amigos o en una representación cómica teatralizada, hay  una contienda verbal sin defunciones cuyo objetivo es elevar el estatus y fortalecer la posición social. No es solo asunto de entretenimiento sino de competitividad. Incluso en una chanza inocente hay una especie de confrontación intelectual, una especie de preparación previa para los retos de la vida en sociedad.

Las conclusiones del ingeniero ruso también llevan a localizar el sentido del humor como un asunto de género. «El sentido del humor -dice- es una fuerte cualidad masculina». Es un signo de inteligencia especialmente valorado por las mujeres. Debido a que la evolución recae precisamente en el intelecto, un competidor inteligente tiene más posibilidades de conseguir pareja. Es por eso que en la contienda del sexo, el sentido del humor puede ser un indicio de masculinidad más importante que la musculatura.

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